El amor propio es algo de lo que no solemos hablar, pero es una decisión que tomamos cada día y puede determinar la calidad de nuestra experiencia en esta Tierra.

Es fácil creer que es un tema que tenemos resuelto y lo damos por sentado o, por el contrario, creer que es demasiado vanidoso, solo pensar en ello. Ninguno de los dos extremos es una mirada sana a la energía vital que nos puede mover hacia la mejor versión de nosotros mismos.

A lo que me refiero como amor propio, es el conjunto de hábitos, costumbres y comportamientos que tienes contigo mismo, incluyendo la manera en que te hablas, las decisiones que tomas, tus lapsos de trabajo y descanso, y tu manera de reaccionar cuando te equivocas. En el post “Monitorear la relación que tienes contigo” me extiendo mucho mas en lo que creo que te puede ayudar a medir la calidad y cantidad de amor que tienes exclusivamente para ti.

No siempre fui quien me garantizó amarme profundamente. En incontables ocasiones fui injusta conmigo misma, lo que causó que acumulara una montaña de inseguridades que me llevaron a creer que nunca tendría lo suficiente para ser una mujer exitosa.

Darme cuenta de que la relación que tenía conmigo misma estaba limitando mi potencial fue el primer paso para reconciliarme con la suave voz interior que había mantenido por tantos años en las sombras. Desde que decidí garantizarme el amor y el cuidado que merezco tener, cambié mi vida de manera radical y me di la libertad de sentir plena felicidad.

Deseo apasionadamente compartir mi experiencia contigo, porque te hará reflexionar sobre el amor que tienes para ti y ajustar algunas cosas que pueden cambiar tu vida por completo.

Todos necesitamos amor propio, sin saber cómo conseguirlo ni el permiso para tenerlo.

¿Cómo que necesito amor propio?

El trato que me daba

Desde que recuerdo, la relación que tenía conmigo misma era caótica. Siempre viví luchando por condicionar rasgos que me diferenciaban del resto. Era como una de esas amigas que siempre que te ven, te critica todo lo que ella considera que se te ve mal. El término amiga no es el mas adecuado, porque actuaba como mi peor enemiga.

La habladuría mental que no paraba en mi cabeza, giraba alrededor de lo que no había hecho bien, de mi propensión a ser una perdedora y de todo lo que tenía que cambiar para ser alguien verdaderamente querido y valioso para los demás. Era un radio prendido, en una estación que solo tenía programación sobre culpa, vergüenza, miedos y equivocaciones.

Todo empezó cuando se coló en mi mente la idea de que era gorda. No recuerdo exactamente cuantos años tenía, pero fue entre los 8 y 10 años. Bailé Ballet desde que tenía 3 y, cuando alcancé esta edad, notaba que no era igual al promedio de las bailarinas. Era ligeramente mas rellena que las demás y empecé a preocuparme por ser flaca y esbelta.

Cuando tenía 12 años, sin duda era la excepción de mis compañeras. Mi delgadísima profesora nueva no dudó en decirme que “las gordas no bailan Ballet”. Ese día, cuando llegué a casa, decidí renunciar definitivamente a una de las actividades que mas amaba hacer y, me culpé por no verme como se suponía para continuar. Inicié una relación tóxica, donde me convertí en el yugo de mi amor propio.

Manejé una dualidad en mi adolescencia y juventud donde daba una imagen muy parecida a la que yo creía que debía dar, a expensas de darme un trato militar que no perdonaba ninguna equivocación.

Para los demás era alguien amable, dulce, empática y tenía un don especial para escuchar y ayudar; eso era algo muy diferente a lo que sucedía al enfrentar a mi imagen en el espejo. Cuando me hablaba a mí, mi actitud era completamente opuesta. Intolerancia, insultos, sesiones interminables de culpa, cientos de miles de “eso te pasa por…”, “si fueras de otra manera…” y una facilidad nata para juzgarme por cualquier tontería.

Así quedaba después de una sesión de culpa y vergüenza

La lucha con mi peso

Nunca dejé de luchar con mi peso. Rebajaba, me sentía bien, validada por los demás. Mis esfuerzos alimentaban mi autocrítica y era incluso mas estricta conmigo misma, mas dietas, menos comida, mucho mas ejercicio, menos comida. Anotaba todas las calorías que comía y bebía, siempre tenía como meta bajar esa cantidad. Anorexia y bulimia estaban en puerta, rozaba los límites de hacerlas una rutina.

Por mas que me decían repetidamente lo delgada y bella que me veía, para mi no era suficiente. Me seguía viendo gorda y estaba obsesionada con mi barriga.

Eventualmente mi cuerpo no seguía aguantando ese ritmo de vida, dejaba todo régimen alimenticio y empezaba a ganar nuevamente todo el peso que había perdido. Comía como una desesperada y terminaba excediéndome por mucho, de lo que necesitaba para saciar mi hambre.

 A medida que ganaba peso, mi negatividad aumentaba de manera exponencial y me avergonzaba profundamente por mi cuerpo. En estas etapas de “gordura” siempre, siempre, siempre vestía con suéter o ropa holgada para esconderme de los demás. Finalmente decidía volver a perder peso y, el ciclo empezaba de nuevo. Este patrón lo repetí por al menos 15 años, la evidencia está en mi ropa, tengo de todos los tamaños.

Mi cara cuando hacía dieta estricta

Descubrí mi carencia de amor propio

Analizar este patrón alimenticio que me persiguió por años me permitió observar que lo repetía en todos los aspectos de mi vida.

En una cancha de tenis, era exactamente la misma historia. En mis intentos fallidos de preparación profesional, muy pocas diferencias. En mi vida laboral, sustituyendo algunos adjetivos descalificativos, también lo mismo. En mi vida amorosa, una fiel copia.

Lo que hacía: buscaba un defecto, me culpaba por ello y luchaba para cambiarlo, nunca era suficientemente buena, culpa y vergüenza de nuevo. Hasta que, finalmente, aniquilaba lo poco que quedaba de mi motivación y renunciar se convertía en la única opción.

Estos patrones de comportamiento eran la causa de todo lo que no funcionaba bien en mi vida.  La relación tóxica que mantenía conmigo misma había sido una constante en todas mis memorias, buenas y malas. Era la raíz de todos los miedos e inseguridades que controlaban mis decisiones y mi experiencia en esta tierra. 

Vigilo el amor que debo recibir de mi

Me comprometí en invertir los papeles y, en vez de permitir que mi ego me critique, me escudriñe, me culpe y me avergüence, lo observo yo a el. Me convertí en la vigilante del amor que debo recibir de mi, es decir, que no permito que mi ego se salga de control y, cuando se sale, me doy cuenta rápidamente y lo invito a volver a lo que tiene que hacer, que es permitirme ser y estar orgulloso de lo que soy. 

Esta nueva consciencia observadora la he aplicado a todas las experiencias que protagonizan mis días. Abstraerme de mi reacción para observar cómo estoy reaccionando me da el poder de decidir como quiero continuar.

Por ejemplo, cuando juego tenis y no es mi mejor día, en el momento en que caigo en una actitud reprochadora: “cónchale Carla, estás sembrada como una mata!”, observo lo que me acabo de decir y cambio el diálogo: “no viniste a ganar un torneo, disfruta y conéctate con el juego”; esto mejora notablemente mi rendimiento ya que me permito concentrarme en disfrutar de lo que fui a hacer en vez de dejar que mi ego me recuerde todo lo que estoy haciendo mal, logro darle mas espacio a mi memoria muscular. 

Particularmente cuando juego tenis, mi ego es mas que propenso a pegar un grito que otro, así que, con paciencia y, si es necesario, punto a punto, cambio dulcemente mi diálogo. No gano todos los partidos pero estoy completamente enamorada del juego.

Esta es la otra cara de la moneda del amor propio. Cuando fui capaz de controlar mi mente para cambiar la manera de responderme y ser mi flujo constante de amor y cuidado, conseguí una fuente muy caudalosa de amor por lo y los demás. Es decir, decidí amarme sin condición, abrí mi corazón y empezó a rebozar un sentimiento puro y simple que ahora si puedo compartir con el exterior.

No puede amar quien no se ama a si mismo.

Así me veo cuando vigilo mi amor propio

¿Cómo te tratas?

No todos son sus peores enemigos. Pero todos, en diferente medida, hemos sido víctimas de las malas maneras de nuestro ego cuando las cosas no salen como espera.

¿Qué tan bien te hablas a ti mismo?

¿Hasta donde llega tu entendimiento cuando cometes una, o varias, equivocaciones?

¿Que tan seguido te admiras al espejo y te premias con algunas palabras bonitas por todo lo que has logrado?

Vale la pena observar el comportamiento y el trato que tienes para ti mismo. Es posible que seas el primero que te aplauda en la barra y también, que no siempre te trates de esa manera. Cualquier pista negativa que consigas te ayudará a trabajar en aquella pata de la que cojeas y, poco a poco, convertirte en tu mejor compañero, en un ser lleno y completo.

Ser honesto contigo

Las cosas se ponen interesantes cuando te empiezas a permitir ser honesto contigo mismo. Es una consecuencia de amarte profundamente. Al saber que no te juzgarás por nada y que no hay de que avergonzarse, te das carta blanca para dejar las excusas externas que sueles usar para aligerar la molestia de tu ego. Soltar esas excusas deja el espacio para apreciar lo que quieres y eres de verdad.

Mientras mas te amas, menos te juzgas, mas honesto eres.

Conocerte mas, abre las fronteras de tus pasiones y tus decisiones se alinean con aquello que te llena de felicidad. Al hacer justicia a lo que te gusta hacer, alimentas ese amor propio y reinicias el ciclo de nuevo.

Amarse sin condición

Hoy, decidir amarme sin condición, es uno de mis mayores logros.

Saber el tormento al que he sido capaz de someterme en el pasado, es mi mayor motivación para no volver a ese lugar jamás.

Solo por el hecho de ser mi objeto mas importante de cuidado, mi confianza ha alcanzado niveles insospechados. Controlo mi miedo a equivocarme porque se que no me voy a castigar por ello y, que por el contrario, me aplaudiré por haberme levantado. 

Después de años viviendo en una caja definida por mis inseguridades y reforzada por mis cuestionamientos negativos, me liberé de las cadenas morales que causaban todo ese disgusto conmigo misma. Una vez probé la dulzura de disfrutar de mi esencia le quité todo el poder a mi riguroso ego y, por fin, empecé a amar todo lo que soy, he sido y quiero ser.

El tiempo que le dediques a analizar la relación que has tenido contigo será del mejor que invertirás en tu vida

 Saber que tan duro has sido cuando no alcanzas las expectativas de tu ego, es el atajo para un verdadero cambio desde adentro.

Independientemente de la intensidad de tus maltratos, atenderlos y orientarlos hasta controlarlos es el entrenamiento que necesita tu ego para conseguir una versión dócil de si mismo y, solo así, experimentarás la libertad de amar cada milímetro de tu ser y agradecerás todo lo que implica estar en tu propia piel.

¿Por qué hay fotos de animales encantadores en el post?

Creo que es bueno reírse un poco de uno mismo.Ser ligeros y soltar la imagen perfecta que queremos dar siempre, también es amarse profundamente. 

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